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Esbozos para la rebelión de los ciudadanos (VIII): IMPACIENTES 22 enero, 2020

Posted by franciscolozano in Economía, Futuro, Sociedad.
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“La paciencia tiene más poder que la fuerza.”

                                                                                                                                                                                                                                                                Plutarco

En su ensayo La sociedad sitiada (2002) el sociólogo y pensador Zygmunt Bauman dedicaba un capítulo a reflexionar acerca del enorme impacto de la televisión en la vida humana. Huyendo del maniqueísmo fácil, el sabio Bauman evita asignar culpas al medio televisivo cuando juzga el cambio de comportamiento que ha operado en las modernas sociedades adictas a las pantallas (algo que yo haría ahora extensivo a cualquiera de las otras variopintas pantallas a las que dedicamos tantas horas de nuestra vida hiperconectada). ¿Son los medios los causantes de este mundo tan cambiante o son meras herramientas con la que se gestionan los cambios que el mundo experimenta, inevitablemente, con o sin ayuda de los medios? Como en mis anteriores esbozos para una rebelión de los ciudadanos, tiendo a pensar que tenemos, individual y colectivamente, una alta cuota de responsabilidad en los defectos y contradicciones que podemos encontrar en nuestras sociedades, en nuestros políticos y en nuestro modelo económico, tres destinos habituales de nuestras iras a los que solemos imputar gran parte de nuestros males.

Entre los defectos emergentes en la nueva era digital, destacaría el de la impaciencia. Tenemos prisa por alcanzar metas personales que antes requerían un tiempo de maduración, que ahora es percibido como un fracaso. Devoramos, episodio tras episodio, temporadas completas de series en apenas un fin de semana y no dudamos en abonarnos a la exclusividad ‘prime’ llenando nuestros cielos y carreteras de paquetes que nos serán entregados a la velocidad del rayo para satisfacer deseos mutados en necesidades. Pero las prisas impiden el disfrute sosegado de las cosas y aceleran su desgaste prematuro, algo, por lo demás, útil a los principales negocios globales, que compiten en el terreno de la inmediatez.

Y el mundo de los medios, de cómo nos informan, de cómo nos informamos y de cómo estos actúan sobre cada uno de nosotros, sobre nuestras ‘políticas de vida’ (en palabras de Bauman), no es una excepción. Hablar hoy de medios es hablar de redes sociales, unas colosales arterias rebosantes de bits de información, a través de las cuales pretendemos conocer el cómo, el por qué y el para qué de todo aquello que está pasando en tiempo real y gracias a las cuales nos sentimos parte de múltiples (cuantos más mejor) círculos de afinidades y complicidades electivas que nos hacen creer que somos reconocidos (‘me conecto, luego existo’) como un miembro vivo de la ciudadela, uno de los nuestros.

Los medios de hoy, digitales, instantáneos, poco o casi nada tienen que ver con los de hace medio siglo, analógicos, pausados. De nuevo, cabe la pregunta: ¿es el culto a la inmediatez en las sociedades desarrolladas el resultado de los continuos logros tecnológicos o, por el contrario, la innovación tecnológica solo pretende dar respuesta a nuestro insaciable apetito por el ‘aquí y ahora’, consustancial a los nuevos tiempos que nos ha tocado vivir, evitándonos las frustrantes esperas? En mi opinión, ambos impulsos se retroalimentan. Creo también que esta creciente adicción a lo inmediato prima lo superficial frente a lo profundo, empobrece tanto la reflexión como el discurso y, en consecuencia, tiene como principal damnificado al pensamiento crítico. Decía Bauman que “la nuestra es una época de comida rápida, pero también de pensadores rápidos y de oradores rápidos. Abraham Lincoln podía mantener hechizada a una audiencia a lo largo de las cuatro horas que duraban sus discursos de campaña. Sus sucesores no son capaces de sobrevivir a una campaña electoral si no dominan el arte de la frase efectista, y si no logran producir breves declaraciones ingeniosas que luego se traduzcan en breves y agudos titulares periodísticos”. Así, la superficialidad y el cinismo se han instalado cómodamente en nuestra vida pública. Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social e investigador en la Universidad del País Vasco, nos advierte en una entrevista reciente (Los gobiernos desconfían de la gente, 18-01-2020, eldiario.es) que “los electores y los partidos nos hemos vuelto más impacientes. Además, los electores somos menos fieles y los líderes también son menos leales respecto a nosotros. En vez de programa, programa y programa, lo que tienen es un comportamiento más oportunista”. El cortoplacismo domina el paisaje/espectáculo en el que todos nos desenvolvemos, tan pleno de novedades que se renuevan en continuo, de mensajes efectistas y de fuegos artificiales que nos mantienen en vilo, que es muy difícil resistirnos a él, sustraernos a su poder de seducción, aunque por ello estemos pagando el precio de la desorientación.

Sometido, voluntaria o inconscientemente, a un constante bombardeo de estímulos ‘informativos’, el ciudadano moderno se adentra en el siglo XXI obeso de contenidos multimedia pero anémico de filtros para discriminarlos. Los medios de comunicación bastante hacen con intentar sobrevivir en esta selva de pseudo información gratuita a la que tan fácil e ingenuamente nos abonamos. ¿Podemos esperar de ellos rigor, argumentación, moderación o autocontrol, cuando carecemos de esas cualidades en nuestro rol como consumidores de contenidos? No es realista pensar que van a autoimponerse un rol que no les es exigido masivamente. El mercado no paga esto. Vivimos, en palabras del filósofo Josep Maria Esquirol (La resistencia íntima, 2015), bajo el imperio de la actualidad, que no debemos confundir con el presente sino “como la anticipación del futuro siempre inmediato”. Esquirol nos que señala que “la paciencia y la temporalidad propias de la maduración no se ajustan a la actualidad” y nos sitúa en “un mundo pantallizado, que no conoce ni día ni noche, sino constante flujo”. La actualidad, dice, está “llena de datos, de información; pero no información del mundo, sino del mundo hecho información”. En este sentido, Innerarity afirma que “todas las instituciones que establecían una mediación y filtraban los inputs, muy especialmente el periodismo, ahora no tienen la autoridad. El ciudadano, un poco cínico, desorientado y muy escéptico, cree que puede acceder a través de Google y las redes sociales directamente a la verdadera realidad, y no a esa realidad ‘sospechosa’ que hay detrás de un medio periodístico o institucionalizado”.

Vivimos enredados en una maraña de noticias instantáneas y de datos (de los cuales también formamos parte y somos mercancía porque así lo hemos aceptado con nuestros comportamientos). Si no queremos que nuestra percepción del mundo, el orden de nuestras prioridades y la intensidad de nuestros anhelos, sean determinados por relatos ajenos, convendría empezar por cerrar pantallas y abrir una ventana directa a nuestro interior, con la esperanza de volver a escuchar nuestra voz propia y, en lo posible, cultivarla. Pero, atención, deberemos armarnos de paciencia.

Francisco J. Lozano

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