jump to navigation

Crisis de identidad en la vieja España (IV): ¿QUO VADIS? 23 julio, 2018

Posted by franciscolozano in Política, Sociedad.
add a comment

“Cuando hagas planes para un año, planta maíz.

Cuando hagas planes para un decenio, planta árboles.

Cuando hagas planes para toda la vida, forma y educa a las personas”

Proverbio chino

Quienquiera que venga ahora a visitar mi vieja España apenas tropezará con unos pocos vestigios visibles de la última gran tormenta económica que zarandeó al país. Las urbanizaciones fantasmas han quedado en el extrarradio de las ciudades, buena parte de los miles de sucursales bancarias cerradas desde el inicio de la crisis (entre dieciocho y veinte mil) han sido reconvertidas en fruterías y bares o en bazares regentados por chinos o pakistaníes, las colas ante las oficinas de empleo ya no son tan llamativas ni ocupan las portadas de los diarios, los restaurantes se llenan los fines de semana y los destinos turísticos siguen registrando buenas cifras de negocio. La vida sigue, como diría un aspirante a filósofo. Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias… La vida ya no transcurre igual para amplios sectores de la población que arrastrarán por muchos años las pesadas cadenas de esta crisis. Para quienes perdieron su puesto de trabajo en la fase dura del ajuste y han podido recuperarlo más tarde, la corrección salarial ha sido durísima, pasando a engrosar junto a los nuevos reclutas las filas del ‘precariado’, el ejército laboral de quienes con los sueldos devaluados difícilmente pueden llegar a fin de mes pese a trabajar igual o más y, a menudo, con mejor formación. Para quienes ya no tienen esperanza de ser reabsorbidos en el mercado laboral, sólo las exiguas ayudas sociales se interponen entre su pasado y la miseria. Pero las penurias se llevan con discreción y la pobreza se intenta mantener en la invisibilidad social. Las redes de protección familiar han actuado con abnegación. Las pensiones de los abuelos (medio congeladas pero, al fin y al cabo, al abrigo del temporal) han bombeado oxígeno en las cuentas de sus propios hijos, erosionando el fin para el que habían sido concebidas. Este es, a riesgo de simplificar, el paisaje de fondo en el que todavía resuenan los ecos de la última gran tormenta que lo removió todo (lo político, lo humano y lo emocional), ecos que se mezclan con el ruido de la vida diaria de quienes han salido indemnes o levemente heridos.

¿Hacia dónde vamos las gentes de las muchas Españas que, a menudo sin reconocerlo, compartimos este paisaje? Nadie diría que no nos estamos moviendo (y movilizando), pero corremos el riesgo de hacerlo en círculos. Dolidos por el descrédito de lo público hemos dado carpetazo al bipartidismo y, en apenas un lustro, hemos rejuvenecido buena parte de los liderazgos políticos: Pedro Sánchez (PSOE), 46; Pablo Iglesias (Podemos), 39; Albert Rivera (C’s), 38; Pablo Casado (PP), 37. No son los únicos líderes emergentes pero sí los más relevantes porque es desde el Estado central que gobiernan o aspiran a gobernar desde donde debe propiciarse y cimentarse un modelo de país para los próximos cincuenta años, asumible por convicción y no por imposición. ¿Servirá esa inyección de energía renovada para abrir pistas no exploradas a la mejora del bien común y al diseño de un espacio de convivencia social e interterritorial realmente inclusivo o tan sólo para transitar con más brío los viejos caminos de las sospechas mutuas y de las ideologías frentistas que, como los polos de un imán, tan eficazmente congregan y cohesionan voluntades colectivas ávidas de soluciones rápidas, generan rechazo al ‘otro’ y nos han llevado a esta encrucijada de incomprensiones entre las múltiples identidades que conviven en este pedazo de tierra llamado España?

Revisando las ideas que estos nuevos liderazgos exponen, todas ellas satinadas con una estudiada capa de voluntad regeneracionista, me desalienta ver cómo se perpetúa el olvido con el que nuestro país ha tratado a la educación como herramienta de regeneración. Hay debate, sí, pero más sobre la forma que sobre el fondo. Se discute mucho sobre aulas monolingües, bilingües o trilingües, sobre los programas de intercambio, sobre las nuevas tecnologías aplicadas al aprendizaje, sobre religión sí o religión no, sobre los sesgos de las clases de historia o sobre cómo elegir colegio y cómo pagarlo, pero poco se dice acerca de la manera de volver a dignificar socialmente el ejercicio de la docencia y de lograr que dispongamos de los mejores y más motivados profesionales o de cuáles son los conocimientos que deben ser impartidos para que los ciudadanos del futuro no sólo puedan ser más competitivos o eficientes (el hombre materialista) sino que comprendan mejor las claves del complejo mundo que les espera y sean capaces de tomar sus decisiones inspirados en los valores correctos y con mayor capacidad de análisis crítico (el hombre comprometido). En la era de la hiperinformación esto último se convierte en imprescindible. No es admisible, por ejemplo, que un joven finalice su largo viaje escolar con diecisiete años a cuestas y no tenga una comprensión clara y amplia de lo que es el Estado del Bienestar en el que ha crecido, de sus beneficios y de cómo financiarlo para seguir protegiéndolo, de cuál es su rol en tanto que contribuyente de un sistema impositivo del que instintivamente casi todo el mundo quiere zafarse porque ignora el sentido último del bien común. Más allá de aprender la geografía física de su país debería también estudiar su diversidad enriquecedora y sus carencias estructurales y así interiorizar el sentido último de la solidaridad entre territorios. Son apenas ejemplos de una didáctica por repensar y por transcribir al currículo de nuestras escuelas. Tengo la convicción de que hay un caudal de enriquecimiento colectivo por explorar que nos podría ayudar a saldar nuestras deudas identitarias y a reconciliarnos con nosotros mismos con más profunda eficacia que la mejor de las reformas constitucionales por imaginar. Pero eso requiere voluntad y humildad en el ejercicio de los liderazgos y, sobre todo, paciencia.

Francisco J. Lozano

** Publicado en Julio de 2018 en el número 280 de la edición impresa de la revista chilena El Periodista, editada en Santiago de Chile