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Esbozos para la rebelión de los ciudadanos (II): DOMESTICAR AL LOBO 16 septiembre, 2018

Posted by franciscolozano in Economía, Futuro, Sociedad.
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“La naturaleza humana siempre se cuela por la puerta trasera

 por muchas veces que la aventemos afuera por la puerta principal.

Puede que tengan razón los cínicos cuando dicen

que no existe la virtud ni la bondad ni el desinterés, sólo hay egoísmo e hipocresía”

Peter F. Drucker

Una fugaz sombra de crisis diplomática entre España y Arabia Saudí ha sobrevolado durante las dos primeras semanas de septiembre por el territorio minado en el que tan a menudo la ética, el interés general y el interés individual se ven las caras y se tapan sus vergüenzas. En mi país y en todo el globo. Breve secuencia de los hechos: el 3 de septiembre, el Ministerio de Defensa del gobierno de España anunció que iba a paralizar la venta de 400 bombas de precisión láser a Arabia Saudí. Tras esa decisión subyacía el rechazo que habían causado las imágenes hirientes de decenas de civiles masacrados tan sólo un mes antes (entre los cuales muchos niños que viajaban en un autobús escolar), víctimas colaterales de un bombardeo del ejército saudita en su guerra abierta con Yemen. Un rechazo de raíz ética. ¿Cómo arriesgarse a aprovisionar con nuevas bombas a quien podría hacer con ellas un uso abominable más allá de lo moralmente aceptable, si es que la guerra admite ese tratamiento? La reacción de Arabia Saudí no se hace esperar: amaga con la anulación de un contrato a una empresa pública española, Navantia, para la construcción de cinco corbetas por valor de más de 1.800 millones de euros y con una capacidad de generación de 6.000 puestos de trabajo, que beneficiarían principalmente a Cádiz (provincia con una tasa de paro endémica que supera el 26%). Nada más conocerse esta amenaza, los trabajadores de este astillero público, sus familias, los pueblos de la zona, los sindicatos, los políticos andaluces, en suma, el territorio, ponen el grito en el cielo reclamando la protección de estos empleos por encima de todo. Cádiz no va a solucionar los problemas éticos del mundo. Cádiz necesita trabajo y contratos como éste se lo dan. No hay mucho más que hablar. Finalmente, el 13 de septiembre, Josep Borrell, ministro de Exteriores, confirma, con cara de circunstancias, que la venta de las bombas se mantiene por decisión ‘técnica’ colegiada del gobierno. Las gentes de la bahía de Cádiz recuperan el aliento. Pan para los próximos cuatro años. Que los políticos trabajen para encontrar actividades alternativas en el futuro pero que no jueguen con las cosas de comer en el presente. No hay que cuestionarse nada más. ¿No es así?

Nada de lo que ha acontecido en este episodio de conflicto de intereses a diferentes escalas es novedoso. Del funcionamiento de la realpolitik nada debe sorprendernos, aquí y en cualquier lugar del mundo. Del comportamiento de la atribulada ciudadanía gaditana también nos hacemos cargo y no pretendo hacer un juicio moral de ello. Es parte intrínseca de nuestra condición humana. Es probable que, colectivamente, muchos compartamos una visión ética similar acerca, por ejemplo, de lo dañino de las guerras y del negocio que a su estela se genera. Pero, ¿hasta qué punto nuestra visión ética de lo que está bien o mal resistiría, si se nos pone a prueba, la imperiosa presión de asegurarnos un sustento básico? Así, mi segundo esbozo en el sinuoso camino hacia una futura rebelión de los ciudadanos tiene que ver con el enorme escollo que se interpone entre nuestras necesidades individuales (que son fundamentalmente de naturaleza económica, porque casi todo en nuestro modo de vida, desde la pura subsistencia hasta el disfrute ocioso, requiere ser ‘comprado’) y nuestros comportamientos como ciudadanos comprometidos. Nuestra libertad de pensar no siempre se corresponde con una equivalente libertad de actuar. Actuamos maniatados. El dinero puede que no sea la medida de todas las cosas pero, hoy por hoy, dentro de nuestra ciudadela el dinero es la llave de acceso a muchas cosas y, entre ellas, a todo aquello que no esté cubierto por el Estado (al menos en el modelo de bienestar que la vieja Europa me regaló). Que nadie olvide que en un mundo capitalista cien por cien privatizado la libertad la otorgaría el dinero, no una simple declaración de derechos en la Carta Magna. Como decía el economista José Luis Sampedro en su obra El mercado y la globalización, “cuando, una vez más, alguien nos repita que ‘el mercado es la libertad’ invitémosle a practicar un sencillo experimento mental, consistente en imaginar que entra en un mercado a comprar pero no lleva dinero: constatará en el acto que no podrá comprar nada, que sin dinero no hay libertad, que la libertad de elegir la da el dinero”.  

Zygmunt Bauman reconocía que, pese al noble desiderátum de hacer el bien al prójimo, nuestra civilización promueve la razón del interés propio. ¿Hasta dónde los seres humanos están dispuestos “a sacrificar su bienestar personal en aras de cumplir con su responsabilidad moral hacia los demás”? Esta es una cuestión capital para saber qué posibilidades tenemos de reorientar nuestro modelo económico hacia la primacía del bien común, algo que requerirá un cambio profundo de valores y de actitudes. ¿El comportamiento ético es algo que llevamos en los genes o, por el contrario, es una actitud que adquirimos a través del aprendizaje? Hay quienes, como Thomas Hobbes, consideran que, mal que nos pese, el hombre es un lobo para el hombre (‘homo homini lupus’). Otros comparten la visión esperanzadora de Jean-Jacques Rousseau de que nacemos y somos esencialmente buenos y que es “la coacción la que hace que las personas se vuelvan crueles y se hagan daño unas a otras”. Hobbes ve al hombre como un depredador insaciable, capaz de todo para satisfacer sus necesidades, a tal punto que se hace necesaria la intervención de un ente superior, el Leviatán, un gobierno autoritario capaz de controlar y dominar ese apetito voraz de sus súbditos. Sin embargo, el hombre que describe Rousseau sí que puede saciar sus necesidades porque no son ni ilimitadas ni irracionales y ello le permite interesarse por cuestiones de carácter social y comunitario, de ahí su capacidad de ser bondadoso. Creo que la mayor parte de nosotros fluctuamos entre ambas actitudes, según las circunstancias. Es como si nos debatiéramos entre la convicción idealista de que hacer el bien es lo correcto ‘per se’ y el pragmatismo de que en el mundo que nos ha tocado vivir hacer el bien sin esperar nada a cambio es cosa de ilusos. Bauman lo resume: “¿no podría hacerlo otro que no fuera yo?”. Pero si todos esperamos que sean los demás quienes hagan lo correcto es muy probable que lo correcto se quede sin hacer. “Las oportunidades de una disidencia efectiva y de una liberación de la dictadura del mercado son mínimas −sentencia el filósofo polaco−. Nada, excepto alguna clase de genuina ‘revolución cultural’, servirá a tal efecto. Y por muy limitado que parezca el poder del sistema educativo actual –que se halla él mismo sujeto, cada vez más, al juego del consumismo−, tiene aún suficiente poder de transformación para que se pueda contar entre los factores prometedores para esta revolución”. Por más vueltas que le demos siempre acabamos en el imparable potencial de una docencia que está por rediseñar. Aquí dejo, pues, el segundo de mis esbozos: eduquemos para domesticar al lobo que todos llevamos dentro, bajo los ropajes del homo economicus, y al fin exigiremos consumir bienes y servicios no sólo al alcance de nuestros recursos sino a la altura de nuestras convicciones.

Francisco J. Lozano

** Publicado en Septiembre de 2018 en el número 282 de la edición impresa de la revista chilena El Periodista, editada en Santiago de Chile